miércoles, 23 de marzo de 2016

En la sala.



Debajo de mis ojos,
Debajo de cada uno
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo;
atravesándolo cuales cuchillos
a un pedazo de carne.

Mi aura es pesada cual montaña.
El aire me es frío,
pero quien está sentado al frente
jadea y suda como un cerdo.
Parece que se asfixia.
Parece que penosamente
perenne perecerá podridamente.
Y una de sus manos cayó,
y sus ojos y mirada también,
llena de un perplejo vacío.
Y todo él cayó al suelo.
Una cucaracha entra
rápidamente por su boca.
Y nunca más volvió a salir.

Debajo de mis ojos,
Debajo de cada uno
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo.
Sin inmutarme.

Del suelo emergen
largos, gruesos y amorfos dedos
cuyo color es morado
al igual que el resplandor que destilan.
Dedos deformados como los de un anciano
y que terminan en largas uñas horrendas
de un amarillo viejo y febril
como el que se apodera del papel.

El cuerpo, como un gran trozo de mierda,
es lentamente rodeado por ellos.
Y consigo van llevándoselo al subsuelo.
El piso se cierra formando grandes grietas
hasta que al final, no queda ni el más mínimo rastro.

Sin inmutarme,
Debajo de mis ojos,
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo.

Con gesto serio e impasible
enderezo mi cabeza.
Cerca, se escuchan los gruñidos de advertencia de un perro.
Con el dorso de mis manos tapo mis ojos.
Pasan dos segundos.
Las retiro con calma.
En lugar de infelices ojos,
ahora yace un agujero negro, oscuro, sin fondo y espectral
debajo de mis cejas.

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