lunes, 12 de septiembre de 2016

No sé qué merezco.

Como en una noche todo se termina,
permíteme obedecer al claro;
que me susurra meserme en su agua
y alejarme de ti, porque
creo que eso es lo que quieres.  

¿Qué puedo hacer ahora
si ya no estoy contigo?
Si tu mirada me devora
y tus piernas me encantan.

Perezco en mi colcha
siempre que te recuerdo.
Siempre que deambulas muda
en mi mente, en cada noche
marcada como el maldito sol en el día pero
por el arrollador frío y mi llorar.

Soy el típico chico enclenque
que llora por mujeres.
Que se ahoga en el más ínfimo problema
y se arropa en melancolía
cuando la felicidad no se alegra,
ni aparece ni regresa.

No sé por qué me fui
si anhelaba esperarte para hablar contigo
pero es que me torturas sin saberlo,
que yo por ti me enredo; y no sé
si me quieres o sólo soy para ti un juego.

Te aprecio, pero, a veces haces, sin quererlo,
que yo me entristezca y no quiera saber
más de ti, ni de tus sueños ni de tu reflejo.

No tienes la culpa;
soy yo, que no sé qué merezco.

Eres una doncella en intelecto.
No cambies, te lo ruego.
Aunque pueda que yo me vaya
sé que tú seguirás siendo en todo momento
el más fuerte destello.

sábado, 2 de julio de 2016

Espero solo y sólo espero.

Hoy en una mesa espero.
Más, nada llega
pero yo aún espero
con una taza de café en mi diestra
como quien espera el correo.

Espero.

Espero a eso que te han dicho que llega
pero nunca te han dicho
que se desvanece en la espera.

Espero solo y sólo espero. 

domingo, 24 de abril de 2016

De, con, y la soledad.

Vivo cautivo entre la sombra.
Sombra de la soledad.
Una soledad devastadora.
Que corrompe mi alma
para mal. Y para bien.

He nacido dentro de un nido.
Y alrededor de éste habitaban
tornados de distintos colores.

La sombra de la flora de la gentil
soledad abrumadora
no tiene perímetro.
No tiene cauce.
No tiene un epílogo... ni un prólogo.
No tiene límite.
No tiene más que
oscuridad que dialoga, duerme y medita.
No tiene más que
un silencio soporífero
que alborea y anochece.
Que calma, tranquiliza y abraza.

Es amiga. En nana. Es consejera.
Es amante. Es puta. Es amable.
Es luz. Es nubes grises. Es noche.
Es la soledad, ese abrazo que
en un momento frustrado necesitas.
Y viene. Te embriaga. Te arropa con su piel.

Y luego se evapora. Se esfuma
sin que te des cuenta,
porque ella perfectamente sabe
que mucho de sí es una condena.
Una costumbre. Una tortura.
Que te carcome cuando se planta.

Ella, la soledad, palpita.
A veces te consuela
y siempre respira.
A veces se va
pero nunca, nunca
abandona.

Con ella, podrás estar febril, angustiado
o contento, animado;
pero nunca, nunca solo. 

miércoles, 23 de marzo de 2016

En la sala.



Debajo de mis ojos,
Debajo de cada uno
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo;
atravesándolo cuales cuchillos
a un pedazo de carne.

Mi aura es pesada cual montaña.
El aire me es frío,
pero quien está sentado al frente
jadea y suda como un cerdo.
Parece que se asfixia.
Parece que penosamente
perenne perecerá podridamente.
Y una de sus manos cayó,
y sus ojos y mirada también,
llena de un perplejo vacío.
Y todo él cayó al suelo.
Una cucaracha entra
rápidamente por su boca.
Y nunca más volvió a salir.

Debajo de mis ojos,
Debajo de cada uno
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo.
Sin inmutarme.

Del suelo emergen
largos, gruesos y amorfos dedos
cuyo color es morado
al igual que el resplandor que destilan.
Dedos deformados como los de un anciano
y que terminan en largas uñas horrendas
de un amarillo viejo y febril
como el que se apodera del papel.

El cuerpo, como un gran trozo de mierda,
es lentamente rodeado por ellos.
Y consigo van llevándoselo al subsuelo.
El piso se cierra formando grandes grietas
hasta que al final, no queda ni el más mínimo rastro.

Sin inmutarme,
Debajo de mis ojos,
descansa un charco completamente oscurecido.
Cuyas pupilas lúgubres
se encuentran clavadas en el suelo.

Con gesto serio e impasible
enderezo mi cabeza.
Cerca, se escuchan los gruñidos de advertencia de un perro.
Con el dorso de mis manos tapo mis ojos.
Pasan dos segundos.
Las retiro con calma.
En lugar de infelices ojos,
ahora yace un agujero negro, oscuro, sin fondo y espectral
debajo de mis cejas.

domingo, 14 de febrero de 2016

Nunca me sentí mejor.



Nunca me sentí mejor.
Ni cuando bebo café,
ni cuando estoy rezagado en mi lecho,
ni cuando el silencio domina en mi dominio.

Es que nunca me sentí mejor.
Ni cuando sueño con una fémina,                                           
ni cuando acaricio las sábanas
de la incomprensible diferencia
entre soledad y libertad.

Nunca me sentí mejor.
Ni cuando el techo guardaba
en su memoria
los minutos devorados por la lascivia
de este triturado poseedor de vida…
Aunque es una vida alquilada.

Pero te digo que, en verdad,
nunca me sentí mejor.
Ni cuando una chica
me salva, sin saberlo,
de mi melancolía.
Bueno, en eso último miento.
Al igual que, en un par de otros versos.