Me
dá un mal augurio
Cuando
los pétalos tocan el suelo
Y
tu rostro desea acariciar el cielo
Con
vidrios nublados en lugar de ojos.
Qué
desamparo tan inoportuno
Se
ha llevado, con su llegada, a la
Última
hoja otoñal de unas alas.
Alas
no mías –ojalá tuviera-; sino
De
las más puras de mis creencias:
Todo
a lo que me aferro… en lo que creo…
Amigos,
amigas, ocio, disfrutes, familia;
Los
tan afamados placeres de la vida…
¡A
todo lo que siento que enardece a mi alma,
A
todo lo que propicia furor a mi vida!
Pero
esas palomas blancas han volado,
Esas
palomas blancas me han dejado ya.
Tales
ojos encapotados me observan
Tan
pobres, tan dóciles… y tan callados.
Y
verlos a ellos me enloquecen como me atraen.
Estoy
de pie junto a ellos,
Lívido
y petrificado;
Y
el misterio me recorre,
La
incertidumbre me come.
Pero
mi amor por ellos no ha volado;
No,
no se ha eclipsado;
Alto
como atalaya.
Entre
esta brega lucho
Y
la certeza de sus
Marchar
me tiene mudo.
Pero
me dicen que es mejor vivir
Y
reír; no importa lid.
Ni
cuando la montaña
Se
esconda bajo tierra,
Ni
que la borrega luna
Abandone
a las estrellas.