Hablar con ella es, como
hablar con el mar: me escucha sin peros, y le gusta que le explique lo que sé y
lo que ella es.
Su risa, su risa es una característica peculiar en sí
misma. Su risa contagia la alegría y el amor sin medida a la vida.
Su léxico… su forma de hablar es la octava maravilla.
Ella se expresa con frecuencia sin falacias y me conmueve con su voz, la voz que silba… su voz cuando
me mira.
Ella es verdaderamente inteligente y verdaderamente
infantil. ¿Cómo es que puedes poseer lo mejor de dos mundos? Eres graciosa y/o
seria, cuando la ocasión o conversación así lo amerita.
Ella es la incandescente rosa que adorna mi fosa, y la
antorcha que me arropa ante esta oscuridad devastadora.
Y es que, charlar con ella nunca cansa, porque sería
decir, que me cansa beber agua. Divagar con ella es, simplemente, dejarme volar
en el tiempo; no importa si la Muerte ya estará cerca o, si mi alma decide
abandonar mi cuerpo.
Verla feliz es, como explicar desde cuándo está el
universo, es algo inenarrable. Verla descansar en mis chistes y humor es algo
tan magistral que a la luna con facilidad la vuelve algodón. Verla pensativa
ante nuestras tertulias sobre lo que abarca la vida, pensamientos y
sentimientos hace que la vea como un ser analítico y sumamente bello. Y su
cara. No puedo describirla; ni en décadas, dejar de amarla. Dormirme en sus
brazos es anegarme en un letargo que no tiene precio y que goza de todo su
encanto.
Conversar con ella no tiene hora. Vernos cara a cara y
saber lo que el otro está pensando me hace querer tenerla entre suaves y
cálidos abrazos.
Y al silencio maldigo cuando nos despedimos. Y al
silencio bendigo cuando nos escribimos.
Hablar con ella es parecido a hablar conmigo mismo, sólo
que cien veces, más divertido.
Yo sólo quiero abrazarla y acariciar su mejilla con la mía.
Abrazarla y nunca dejarla, salvo sea en la cama entre cobijas.
Cuando ella me dirige la palabra observándome con sus
ojos tiernos y amorosos, instantáneamente me pierdo en sus labios.
Hablar con ella me alegra el día; me saca de la
melancolía; me salva de las garras de la infelicidad tan seductora y atractiva.
No importan las horas que se desbordan cuando estoy
contigo a solas.
Hablar con ella es tenerla lo más cerca posible. Y aunque
la distancia nos separa, imagino su perfume fragante en mi almohada.
Compartimos ideas y opiniones hasta tantas horas de la madrugada; hasta que nos
saluda con frescura el alba y el viento nos sirve de mensajero de las palabras.
Con sólo su sombra me
extirpa la zozobra. Me moja de ternura con su delicado cantar cuando habla.
Despidiéndonos así de la monotonía que nos enjaula.
Me toma la mano y me lleva a pasear por las calles de su
mente. Nunca vi rincones más coloridos y otros tan apagados como los de ella. Sí,
allí adentro puedo perderme sin su presencia. Pero no aburrirme.
Platicar. Platicar. Sólo platicar. Es lo único que quiero
hacer con ella; pues, siento que me entiende de verdad y, que yo la entiendo
por igual.
Me gusta zambullirme en sus hojas otoñales. Me gusta
sentir su luz radiante cuando la tengo enfrente, más no me gusta sentirla
distante.
Si algún día me hablase con indiferencia, ciertamente ese
día, habrán desfallecido mis emociones y perdería mis apuestas internas.
Debo decir que, me fascina comportarme como un cachorro
frágil cuando la tengo a mi lado. Me gusta sentirme indefenso en medio de sus
manos. Me gusta que me vea como su perrito faldero y manso. Me gusta en mi
rostro su adorable tacto.
Ella es mi musa. Es una de las cárites. Es una ninfa, y
de los apestosos sátiros yo te protegeré sin dudarlo. Ten eso claro, mi musa,
tú, la que nunca me abandonas porque eres la dueña de mi inspiración.
Como
una hoja es su piel; tan nítidamente blanca y preparada para escribirle
palabras de miel.
Hablar con ella es lo mejor que he hecho desde que
respiro.
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