lunes, 16 de marzo de 2015

Palidecido.

Me siento deprimido. Algo así como un lápiz que quedó sin grafito. La culpa, el recelo, el temor, la oscuridad, me están sirviendo de abrigo, pero sigo tocándome congelado; congelado por las dudas que me están atormentando en estallidos. 
No siento placer por el amor. Mis ratos de placidez se encuentran en mi cueva de topo. Allí nadie me exaspera, sólo mi mente lo hace ya que ni ella me obedece. Por un momento el tiempo para, en que el dolor pasa a ser indoloro como el amor que ya se marchitó cuando se creía irrompible. Un instante en que el mundo, siento que desaparece, el sol es luna gélida que me ampara. Ya no hay nada que palie mi depresión. No me divierte un tiovivo, ni un chiste.
¿Qué más da la gente? No sirven de nada; no ayudan, ¡Estorban!. ¿Qué más da el amor? Él es inútil, pues no es eterno en esta vida y sus caricias son sólo placebo para hacernos soñar que él es benéfico. Sí lo es, pero no dura para siempre. Sólo viene para divertirse con nosotros y luego se esfuma y nos deja con su hermana Decepción para consolarnos en la cama.
Mi lecho no entiende de qué sufro ni por qué, pero me brinda el lugar para escapar de la cruda severidad con la que me ataca la rutina y me deja en fatiga.
NO quiero ver a nadie, me estresan, me irritan y me arrechan. Déjenme solo, que solo, no molesto a nadie, y nadie me molesta. 
NO estoy de ánimo para sus estupideces. Sólo quiero callar y callarlos, adentrarme en un silencio soporífero que me sirva de música para mi relajo. 
Correr a mi rincón y abrazarme como forma de medicación para antes de cada letargo.
Sólo quiero regresar aquí, a reír, a no pensar tanto y más sentir. Poder dormir.
Sólo quiero...
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario