miércoles, 4 de marzo de 2015

La búsqueda que todos emprendemos.

Después de tanto tiempo deambulando y pernoctando, las piernas le comienzan a temblar como lo hace un celular cuando vibra. La pierna derecha avanza un corto paso arrastrando el pie sobre la calzada. Eso fue suficiente; las extremidades ya no soportan tanto castigo, y en menos de lo que se tarda contar hasta tres, las rodillas, golpean el asfalto, se siente un dolor seco, fuerte, filtrándose en aquellas jóvenes rodillas de un chico de diesciseis años, seguidamente, con la cara contraída en una mueca de dolor y cansancio, el torso se le desploma y pega de un coñazo en la calzada, caliente como el mismo sol. Ahí está, tirado en el suelo porque perdió la batalla; sus piernas lo hicieron, su rendición terminó por acostarlo en ese sitio.  
  • 1) Se dió por vencido en su búsqueda.
Como un último deseo, entre abre los ojos, apenas y los puede abrir, para ver por última vez sí allí estaba lo que él buscaba. 
  •  2) Pero aún así, sigue buscando porque sabe que lo que busca es necesario, es vital.
Y lo vió. Al parecer lo consiguió. A una distancia de 56 cm partiendo desde su cabeza, visualizó unos hermosos pies, tan hermosos y bellos como el rostro de un perro siberiano. Esos pies podrían ser de alguna diosa como Afrodita, tal vez, o de Artemisa, también. Eran pies perfectos, pies que todo amante de ese fetiche quisiera probar con su boca, tocar y acariciar. Eran pies adolescentes, de la edad del chico. El jóven hombrecito, que tenía la cabeza girada a la izquierda y el cuerpo entero tumbado sobre la picante calzada, intentó levantar la vista para poder ver el rostro de aquella persona, pero ni sus ojos ni su cuello se lo permitieron. Sólo podía conformarse con ver un poco más arriba de las rodillas de la chica.
  • 3) Sí. Al parecer lo consiguió, al parecer consiguió lo que durante mucho tiempo estaba buscando. Al parecer lo encontró. Encontró ese sentimiento confuso y enigmático del que todos somos presas. Ese sentimento que puede cambiar en un instante un corazón cálido como el verano, a un frío petrificante como el de los polos del planeta. Su búsqueda finalizó, pues encontró el amor. Y quiere amar a alguien como si fuese su primera vez. Quiere comenzar de nuevo a experimentar el amar y sentirse amado (aunque puede y lo segundo no sea cierto). Quiere empezar a amar, aunque él mismo duda de que si este amor será puro y verdadero, no le importa mucho; pues el sólo quiere amar a alguien porque el amor es lo que mueve a las personas. Lo quiere intentar de nuevo. No hay nada mejor para alguien solitario.
Y, como si se tratara de un rayo que eligió como objetivo a un viejo árbol en donde caer, un alegre furor explota en el chico. Un sentimiento, o, un deseo impetuoso crece dentro de él como lo hizo el Big Bang. Lo invade unas ganas descontroladas por querer empezar todo de nuevo. Ahora sí, el chico abre los ojos de par en par e intenta levantarse pero aún así le cuesta un poco erguirse. Pero está decidido a hacerlo y ver cara a cara a la chica que esos deslumbrantes pies sostienen. El chico recuperó sus ganas de vivir, de empezar de nuevo, de amar. El jóven extrae fuerzas de donde no tiene y tratándose de una faena para él, coloca sus palmas en el suelo y sus brazos adoptan la posición de alguien que realiza flexiones. Él intenta incorporarse sobre ellos, le resulta dificultoso pero lo consigue con ayuda de la jóven que lo agarra del brazo izquierdo. Una vez de pie, al fin observa el cuerpo entero de la muchacha. Su primera impresión al observarla desde tan cerca fue, que sin duda, la jóven era de peregrina belleza. 
Su cabellera, larga de castaño oscuro, caía sobre sus hombros y continuaba hacia abajo cubriendo sus voluminosos, perfectamente esféricos, tiernos y dulces senos. La fémina tenía un semblante de en sueño; el contorno de su cara era fino, sus labios a simple vista se veían deliciosos, tan dulces. Su boca formaba una sonrisa tan encantadora que sería capaz de sacar a cualquiera de alguna depresión tan densa.
Permanecieron allí, mirándose sin decir nada, el chico se encontraba extasiado de la emoción; de la alegría de tenerla en frente, y aunque su cara se encontraba sosegada, su corazón latía velozmente y trepitoso; la chica casi podía oir los latidos de él. La radiante chica suelta una sonrisa junto con una risa. Le coge una mano y caminan.
Camian lo que parece un buen trecho, recorren numerables calles, la brisa refresca sus cuerpos, el sol tan enojado ya hasta se siente impasible. El inexpresivo por fuera pero eufórico por dentro hombre se mostraba muy satisfecho, contento y extasiado; se encontraba absorto en la felicidad infinita, sumergido en una ola de pensamientos positivos por haber encontrado el tesoro de la vida: El amor. Se siente de nuevo en la plenitud de la vida. Una vida que resulta tan insignificante sin ese deseo.
  • 4) Al parecer la chica disfruta de la compañía y presencia de él. Se ven felices con el otro. Si los viera un tercero pensaría que son buenos amigos e incluso que podrían ser novios. Esto es así porque a veces las cosas no son lo que parecen.
Avanzan un poco más de dos kilómetros... el ocaso comienza su magistral danza, comienza a asomar su cara; la penumbra lentamente está llegando. Se detienen a contemplarlo, miran detenidamente cada espacio del cielo, cada color está imponiendo su puesto.
En un momento él se da cuenta que ya no tiene su mano izquierda sujeta a la de ella, él se gira rápidamente hacia su rostro y nota que la fulgurante cara de la bella fémina está palidecida aunque sigue detonando esa aparente prosperidad que ella sabe manifestar. Siente un dolor punzón en sus ojos, se los retriega con las manos pero el ardor se intensifica en una fracción de segundos. El cuerpo de la bella chica parecía difuminarse en el aire, con una suave rapidez como con el que se difuminan los buenos momentos. Al fin la molestia en los ojos desaparece, él logra observar con naturalidad y, para su despero, su tristeza, su desasosiego, su infelicidad, su melancolía y su decepción... la chica fue sólo una alucinación, una enajenación mental, una sombra que su delirio le mostró; pues, sólo fue eso: el chico estaba delirando por tanto tiempo errante, pendoneando bajo el candente sol y arropado por la fría y suave luna.
  • 5) Al parecer, parece que pereció el amor; en realidad, no hubo un amor como tal, fue sólo una mala jugada de la vida, fue sólo una de las millones de ilusiones que al amor le gusta regalar a quien sea. Al pobre chico ya le ha regalado cuatro bellas, bien recibidas (excepto en las ocasiones que descubrió lo que en verdad eran) ilusiones. Todas ellas parecían, en su momento, el amor verdadero, pero no fue así.
    Ya lo que queda es aceptar esto como una buena experiencia, lamer las heridas, amarte a ti mismo y, anhelando tener suerte, comenzar de nuevo el espléndido y agrio ciclo.
 

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